lunes, 30 de noviembre de 2009

En tus manos

En la antigua Grecia, sede esplendorosa de las ciencias y de las artes, se hallaba un anciano famoso por la lucidez que sus respuestas ofrecían a todo aquel que solicitaba consejo y guía.

Una tarde, el joven estudiante Quirón, conocido por el tono irónico que utilizaba al poner en aprietos a los académicos más notables, decidió ir a escuchar al anciano, para de una forma u otra, poner en entredicho sus ideas.

Cuando llegó al hemiciclo donde éste hablaba, se sentó junto a los que escuchaban y prestó atención con ánimo de encontrar en sus planteamientos la mínima presencia de fallos y grietas.

El anciano decía así:

"Nuestros antepasados pensaban que en la vida hay que ver para creer. Se trata de un principio que suele resumirse en aquella frase que todavía resuena": "Si no lo veo no lo creo".

Un gesto de curiosidad se fue dibujando en el rostro de los allí reunidos

El anciano prosiguió: "Sin embargo si profundizáis en ello, comprobaréis que para el ser humano que ha observado suficientemente su mente, no se trata de ver para creer, sino más bien al revés, de creer para ver. Nuestras creencias crean la realidad y en consecuencia el hombre autoconsciente elige lo que quiere vivir y, paso a paso, conforma su destino"

Quirón se sintió algo confundido. Por una parte, entendía lo que quería decir el anciano, pero por otra parte, deseaba satisfacer su deseo de ridiculizarlo, así que salió del hemiciclo con el fin de idear una estratagema que lograse su objetivo.

Resultó que pasaba por allí un mercader de pájaros, conocido por apresar una especie de muy pequeño tamaño con ingeniosos cepos de su invención. Al verlo, Quirón pensó: "Siempre que estoy buscando una solución suele aparecer algo ante mis narices que trae las claves, así que me acercaré a ver esos pájaros y seguro que se me ocurrirá algo".

Cuando vio un pequeño pajarillo que cabía en la palma de su mano, de pronto, se iluminó su mente y se dijo:

"Ya lo tengo, tomaré este pajarillo, me acercaré al anciano y le preguntaré delante de todos, si cree que este polluelo que tengo en mi mano cerrada está vivo o muerto. Si me contesta que está muerto, abriré mi mano y lo dejaré volar. Si por el contrario, me contesta que está vivo, lo apretaré con fuerza y lo dejaré caer al suelo. Entonces, dijo con radiante alegría, sus ambiguas teorías acerca del destino se verán devaluadas..."

Así pues, Quirón tomó el pajarillo en su mano y se acercó de nuevo al hemiciclo para interpelar al anciano. Una vez allí y levantando fuertemente la voz, le dijo:

Anciano: "Decidme" dijo levantando el puño a la vista de todos, "Tú que pareces saber lo que hay tras las apariencias, responde mi pregunta; ¿el pajarillo que tengo en mi mano, está vivo o está muerto?"

Un silencio tenso se hizo entre todos los allí presentes.

A lo que el sabio, mirando a los ojos del joven con una profunda ternura le contestó:

"Muchacho, en realidad

LA VIDA Y EL DESTINO ESTAN EN TUS MANOS".

Independencia

Desde el momento en que se sigue a alguien se deja de seguir la verdad.
Krishnamurti


Cuando aquel joven indio subió a la palestra, reinaba un gran silencio en el concurrido foro. Los más destacados eruditos y teólogos de la Sociedad Teosófica se habían dado cita en tan señalada fecha. ¡Nada más y nada menos que la apertura de una nueva Era, en la que serían inspirados por aquella promesa de nombre Krisnhamurti. Un ser que comenzaba su vida pública en el seno de dicha Sociedad que le había descubierto en las lejanas tierras de la India. Todos esperaban un refrendo a las ideas esotéricas y grandilocuentes de la Sociedad. Todos esperaban ser ensalzados en sus egos espirituales por aquel joven ecuánime que, desgraciadamente para ellos, no se vendería.

El joven Krisnhamurti dejó a todos, primero boquiabiertos y después indignados. Aquel místico indio afirmaba que las creencias religiosas se desenvolvían en el nivel del pensamiento y que el pensamiento era tan sólo memoria. Afirmaba asimismo que la memoria era algo pasado, material muerto, en realidad una "fotocopia" de la Verdad instantánea. Afirmó, asimismo, que El Espíritu era el presente eterno. Un estado de consciencia abierto a lo siempre nuevo. Un nivel de darse cuenta que trascendía la razón, los códigos y las anquilosadas formas mentales de ideas viejas.

Aquel joven hablaba de la existencia de un nivel más allá del pensamiento, algo que lo trascendía e incluía sin negarlo. Se trataba de la llamada "Consciencia". Su planteamiento era tan liberador y certero que muchos occidentales, seguidores de mitos espirituales y grupos de ritualismo religioso, comenzaron a transitar de la biblioteca esotérica a la experimentación del uno mismo a través de la consciencia atenta. Muchos intelectuales de "iglesia y dogma en sus creencias", identificados con la afirmación de Descartes: "yo pienso luego existo", se asomaron al futuro pronunciando, "me doy cuenta, luego existo". Occidente dejaba en aquel momento de seguir códices fanáticos plagados de milagrería y manipulaciones soterradas. Adiós a las líneas estrechas de conocimiento excluyente del "sólo lo mío es cierto". Occidente comenzaba a trascender el racionalismo y su consiguiente intolerancia.

Krisnhamurti hablaba de la "consciencia" como algo inherente al Espíritu, el cual, hasta entonces, era tan sólo asunto de altas y elevadas ideas. Ya no haría falta la fe ni las ciegas creencias. De pronto, el Espíritu era una experiencia de observación y no un códice de ritos y códigos de obediencia ciega. Lo importante comenzaba a ser el darse cuenta. Un darse cuenta como acción neutra y liberada de ideas estrechas. Desde la nueva unidad de conciencia nacía la diversidad tolerante. Las creencias, por diversas que fuesen, ya no ofendían a los cielos, ni se perseguiría por ellas. Cualquiera sería libre interiormente para manejar las ideas-forma que quisiera. La nueva Verdad ya no era un conjunto de palabras sagradas, sino una íntima comunión con la Vida y una expansión de consciencia.

En Occidente, ya no necesitaría ministros sacerdotales como intermediarios de las alturas. Ya no habría culpables por no seguir el monocultivo de las iglesias. Ahora, el asunto era "darse cuenta" y vivir el momento presente con la consciencia bien atenta y despierta. Las escuelas, las religiones, los grandes modelos, lo altares, las bibliotecas, eran templos de la mente, pero poco tenían que ver con el nuevo nivel transracional del Testigo-consciencia. Nacía una nueva libertad para los seres humanos esclavizados por juramentos a hierofantes y "arzobispos con piedras preciosas". Ahora, se trataba de observar la mente desde un yo más alto y profundo, desde un estado de consciencia más neutro, ecuánime y, desde ahí... percibir el alma del mundo, el milagro de la existencia.



Texto perteneciente al libro del autor: "Inteligencia del alma"

sábado, 21 de noviembre de 2009

El anillo

Sobre la colina de un lejano reino se hallaba un castillo de cúpulas doradas, donde el Rey ejercía su labor y administraba la comarca. Y aunque poseía fama de justo y se le reconocía generosidad y grandeza, sin embargo, era de todos sabido que tenía un gran problema: El Rey se había desconectado de su propio centro interior y no lograba poseer la llave del equilibrio y de la paz perfecta.

Sucedía que su reino, a lo largo de los años, o bien sufría grandes sequías o bien disfrutaba de generosas cosechas. Y aunque el Rey sabía y conocía este cíclico vaivén, no podía evitar la negatividad y la amargura que lo invadía en los tiempos de sequía, ni la arrogante exaltación que lo inundaba en los ciclos de riqueza. Debido a ello, el Monarca mantenía en el fondo de su corazón una obstinada búsqueda: La búsqueda de la ecuanimidad perfecta.

Un día de sol en la plaza más importante de la comarca, mientras los mercaderes ofrecían animosamente las sedas traídas desde tierras lejanas, estalló de pronto, el afilado sonido de las trompetas reales que acallaron súbitamente el vocerío de la gran plaza. El Rey se disponía a pronunciar la declaración más importante de su vida, y para tan fausto motivo convocaba a todos aquellos embajadores y viajeros... que tuvieran "oídos para oír".

El Bando decía así: "Su majestad el Rey invita a todos y cada uno de sus súbditos a construir un anillo para el dedo real. Se tratará de un anillo tan especial que en su misma forma deberá inspirar en su portador, tanto la moderación y sensatez en los tiempos de grandeza, como la confianza y la esperanza en los tiempos de escasez y nieblas espesas. De esta forma, su majestad alcanzará un equilibrio tal, que está dispuesta a ceder a cambio, la mitad de su reino".

Tras esta proclama, redoblaron los tambores y sonaron las doce trompetas de oro y plata. Las gentes allí reunidas creían estar soñando... ¡Todo su reino! ¡Qué valioso debía ser algo semejante!

Los mensajeros partiendo a galope por los ocho senderos de la rosa de los vientos, despertaban a su paso el genio creador de magos y artistas que se disponían a devolver a su Majestad la vivencia del equilibrio supremo.

Con el paso del tiempo, fueron llegando a Palacio diferentes orfebres que, esperanzados presentaban el anillo mágico por ellos realizado, de manera que el Monarca pudiera comprobar el alcance de su poder. Sin embargo, aunque había piezas de extraordinaria intención y belleza, nadie conseguía equilibrar la marea emocional que su Majestad padecía.

Un día, aparentemente como todos, se presentó en la Corte un caminante con porte de guerrero, alma de sacerdote y palabra de mago. Se trataba de un ser que sabía silbar de tal forma que los ecos de su sonido llegaban hasta los confines más alejados del reino. Pronto, se supo que el recién llegado portaba el anillo que solicitaba su Majestad. Visto lo cual, las puertas del Palacio se abrieron de nuevo para acceder a la Real Presencia.

Mientras avanzaba hacia la cámara real, sus silbidos resonaban por entre las vidrieras de las torres de aquel castillo. Se diría que estaba llegando el que sellaría su rango y sabiduría junto al trono, pensaban los que con él se cruzaban.

"Majestad"- dijo el recién llegado. -"He construido el anillo que podréis mirar en los momentos de máxima intensidad, tanto de pena como de gloria y, que sin duda, os ayudará a recordar lo que deseáis. Tomad"- dijo entregando su obra.

El Rey tomó el pequeño objeto envuelto en terciopelo púrpura y lo observó con una curiosidad no exenta de cierta desconfianza. Al contemplarlo, su rostro se iluminó y sonrió complacido. Súbitamente, se vio envuelto en un bienaventurado resplandor y exclamó sereno a todos los presentes:

"El Rey ha encontrado la clave que estaba buscando. El Rey ha comprendido el secreto de las eternas mutaciones y cede su reino visible porque está preparado para emprender el Camino, sin sentirse afectado por los vaivenes y ciclos del destino".

Todos estaban intrigados acerca de aquel mágico anillo que había hechizado al Rey; ¿qué tendrá ese extraño aro que logra recordar a su majestad lo que tanto ha necesitado para superar los dolores y las alegrías de su reino?

El Rey levantado la mano y mostrándolo finalmente a los presentes, dijo: "Como veis, es un anillo aparentemente como todos, sin embargo en su interior figura una escondida inscripción que lo hace único y mágico".

"¿Cuál es?", preguntaron inquietos los presentes.

"Muy simple", dijo el Rey: "El anillo tiene grabadas tres palabras tan cargadas de significado que me permitirán recordar la Ley de la Impermanencia. Esta tres palabras son:"


ESTO TAMBIÉN PASARÁ


Gracias Amaya Ducay por compartir este cuento

sábado, 14 de noviembre de 2009

El espejo

Érase una vez un poblado situado en las altas montañas que tenía la particularidad de no conocer el mundo de los espejos. Por alguna razón, ningún habitante de aquella comunidad se había visto reflejado en uno de ellos, debido quizá a las lejanas distancias que lo separaban con el resto del mundo civilizado.

Un día, Ismael que tenía fama de curioso, decidió adquirir ese misterioso cosa llamada "espejo", en el que según decían sus antepasados, tenía la capacidad de reflejar a la persona que lo miraba. Así pues, Ismael encargó uno de estos objetos a un comerciante que, cada siete años solía viajar a los valles.

Pasado el tiempo, el comerciante le hizo llegar su encargo bien envuelto y protegido. Ismael entonces, presa de emoción, corrió al sótano de su casa y lo desenvolvió con cuidado. Finalmente, cuando lo hubo abierto y examinado, ¡Oh sorpresa! Ante su asombro, en aquel extraño objeto apareció la imagen de su padre. Ismael atónito, lo volvió rápidamente a envolver y se retiró visiblemente pensativo y perturbado.

Aquella noche, mientras dormía junto a su esposa, se despertó inquieto, y decidió volver a mirarse en el espejo recién traído. Para lo cual, descendió silencioso al sótano y tras desenvolver aquella extraña cosa, volvió a contemplar de nuevo, no sin asombro y sorpresa, la imagen de su padre.

Y así, noche tras noche, Ismael descendía sigiloso al sótano con el fin de asistir a la aparición de una imagen que no cesaba de repetirse y que tanto le emocionaba.

Una noche, su esposa Astrid, observando las salidas nocturnas que Ismael realizaba, llena de inquietud y sospechas, decidió seguirle, no sin temer el infiel encuentro de su marido con otra mujer más joven y hermosa. Cuando observó que éste gesticulaba ante un oscuro rincón de la estancia y se retiraba de nuevo a su cama, tuvo deseos de comprobar, qué era aquello capaz de inquietar tanto a su pareja. "Seguro que tendrá que ver con otra mujer", pensó. Así que decidió volver al día siguiente, cuando su marido no se encontrase en la casa. De esa forma, investigaría con tranquilidad aquel misterioso objeto que se encontraba en el sótano de su propia casa.

A la mañana siguiente, Astrid bajó apresuradamente y desenvolviendo con cuidado aquello... ¡Oh sorpresa! Sus sospechas se vieron fundadas, ya que lo que vio allí era, efectivamente, otra mujer más joven y hermosa que, por lo que dedujo, tenía todas las trazas de ser el nuevo sueño de amor de su esposo.

Aquella noche, cuando Ismael llegó a su casa, Astrid presa de indignación, le desveló el secreto diciéndole:

"Me estás siendo infiel, he descubierto que todas las noches bajas al sótano y contemplas a esa mujer que aparece en el objeto que guardas envuelto con tanto cuidado."

A lo cual Ismael contestó.

"Estás en un error Astrid, no se trata de ninguna mujer... ese objeto es un espejo que, según se afirma en tierras lejanas, refleja a cada cual... pero en este caso, sorprendentemente lo que se contempla cuando en él me reflejo, es la imagen de mi padre...".

"Ni hablar", le interrumpió ella, presa de agitación y cólera. "Me estás mintiendo. Yo he visto con mis propios ojos la imagen clara de otra mujer, que por la forma de mirar y moverse, tenía todas las trazas de ser tu amante."

"Bajemos y comprobarás que no es cierto lo que dices", repuso él. "Es mi padre el que aparece en el objeto, ninguna mujer he visto jamás en el mismo".

Astrid asintió a la prueba y una vez que descendieron y se observaron, Ismael seguía viendo a su padre y Astrid a la joven muchacha, con lo que el conflicto y la confusión inundaron aquella casa... De pronto, Ismael propuso:

"Astrid, solicitemos el fallo del sabio anciano, seguro que su visión nos permitirá hallar la verdad y recuperar la calma".

Astrid aceptó el juicio del anciano, y ambos se dirigieron hasta el mismo y expusieron sus contrariedades, pidiéndole que se asomase al objeto y dirimiera, si lo que allí aparecía era el padre que viera él, o la joven mujer que contemplaba ella.

El anciano asintió y tras llegar a la casa y reflejarse en el objeto, dijo:

"Ni es el padre de Ismael, ni la mujer que sospecha Astrid.

"Aquí, lo único que se ve es a un anciano".



Cuentos para aprender a aprender
José María Doria

viernes, 13 de noviembre de 2009

Podría hundir la mano en mi pecho y pederla para siempre en sus abismos.
Tocar lo que allí habita sería un alivio...confirmar que existe...aprender a curarlo.

Se ha perdido mi mano en los pliegues del alma.
Afanosa, implacable va borrando memoria.
Barre por los rincones y los llena de calma.
Trabaja infatigable, alegre y silenciosa.

Se ha perdido mi mano y la siento gozosa.
Recompone pedazos de dulces historias
que jamás existieron y que serán ahora,
cuando el alma curada puede vivir su gloria.

Tomar entre mis dedos los hilos de esta vida y enlazarlos allí donde estuvieran
sueltos...igual que una niña va tejiendo pulseras, combinando colores simplemente por gusto.

Jugar la vida con el alma limpia...qué alivio, qué diversión, qué gozo.

Mi mano entretenida, ligera, juguetona...
niña escribiendo cuentos
cuentos dictando vida.

Mi mano allí perdida
bálsamo y caricia.
He visto brotar claveles negros
en la palma de mis manos.

Mis manos,
extendidas contra el cielo
denunciando la razón.
Mis manos,
acariciando la hierba
en ausencia de su piel.

Mis manos,
cerradas haciendo del silencio un grito.
Mis manos,
la sombra perpetua de su pasión.

Mis manos,
empujando las alas de las mariposas
que habitan mi estómago.
Mis manos,
fabricando armas
para combatir la oscuridad.

Quemar el deseo de mis manos
en un anafre de carbón vegetal,
y con su aroma
hacer nacer el viento.

Así fue la creación de la tierra,
cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la Tierra,
que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba en suspenso y la tierra se hallaba sumergida dentro del agua
. (Popol Vuh)

Mis manos,
transitando la ruina
que lloran mis ojos.

Mis manos,
arrasarán la herencia de la tierra.

Y llené mis manos de estrellas para iluminar mi universo