sábado, 21 de noviembre de 2009

El anillo

Sobre la colina de un lejano reino se hallaba un castillo de cúpulas doradas, donde el Rey ejercía su labor y administraba la comarca. Y aunque poseía fama de justo y se le reconocía generosidad y grandeza, sin embargo, era de todos sabido que tenía un gran problema: El Rey se había desconectado de su propio centro interior y no lograba poseer la llave del equilibrio y de la paz perfecta.

Sucedía que su reino, a lo largo de los años, o bien sufría grandes sequías o bien disfrutaba de generosas cosechas. Y aunque el Rey sabía y conocía este cíclico vaivén, no podía evitar la negatividad y la amargura que lo invadía en los tiempos de sequía, ni la arrogante exaltación que lo inundaba en los ciclos de riqueza. Debido a ello, el Monarca mantenía en el fondo de su corazón una obstinada búsqueda: La búsqueda de la ecuanimidad perfecta.

Un día de sol en la plaza más importante de la comarca, mientras los mercaderes ofrecían animosamente las sedas traídas desde tierras lejanas, estalló de pronto, el afilado sonido de las trompetas reales que acallaron súbitamente el vocerío de la gran plaza. El Rey se disponía a pronunciar la declaración más importante de su vida, y para tan fausto motivo convocaba a todos aquellos embajadores y viajeros... que tuvieran "oídos para oír".

El Bando decía así: "Su majestad el Rey invita a todos y cada uno de sus súbditos a construir un anillo para el dedo real. Se tratará de un anillo tan especial que en su misma forma deberá inspirar en su portador, tanto la moderación y sensatez en los tiempos de grandeza, como la confianza y la esperanza en los tiempos de escasez y nieblas espesas. De esta forma, su majestad alcanzará un equilibrio tal, que está dispuesta a ceder a cambio, la mitad de su reino".

Tras esta proclama, redoblaron los tambores y sonaron las doce trompetas de oro y plata. Las gentes allí reunidas creían estar soñando... ¡Todo su reino! ¡Qué valioso debía ser algo semejante!

Los mensajeros partiendo a galope por los ocho senderos de la rosa de los vientos, despertaban a su paso el genio creador de magos y artistas que se disponían a devolver a su Majestad la vivencia del equilibrio supremo.

Con el paso del tiempo, fueron llegando a Palacio diferentes orfebres que, esperanzados presentaban el anillo mágico por ellos realizado, de manera que el Monarca pudiera comprobar el alcance de su poder. Sin embargo, aunque había piezas de extraordinaria intención y belleza, nadie conseguía equilibrar la marea emocional que su Majestad padecía.

Un día, aparentemente como todos, se presentó en la Corte un caminante con porte de guerrero, alma de sacerdote y palabra de mago. Se trataba de un ser que sabía silbar de tal forma que los ecos de su sonido llegaban hasta los confines más alejados del reino. Pronto, se supo que el recién llegado portaba el anillo que solicitaba su Majestad. Visto lo cual, las puertas del Palacio se abrieron de nuevo para acceder a la Real Presencia.

Mientras avanzaba hacia la cámara real, sus silbidos resonaban por entre las vidrieras de las torres de aquel castillo. Se diría que estaba llegando el que sellaría su rango y sabiduría junto al trono, pensaban los que con él se cruzaban.

"Majestad"- dijo el recién llegado. -"He construido el anillo que podréis mirar en los momentos de máxima intensidad, tanto de pena como de gloria y, que sin duda, os ayudará a recordar lo que deseáis. Tomad"- dijo entregando su obra.

El Rey tomó el pequeño objeto envuelto en terciopelo púrpura y lo observó con una curiosidad no exenta de cierta desconfianza. Al contemplarlo, su rostro se iluminó y sonrió complacido. Súbitamente, se vio envuelto en un bienaventurado resplandor y exclamó sereno a todos los presentes:

"El Rey ha encontrado la clave que estaba buscando. El Rey ha comprendido el secreto de las eternas mutaciones y cede su reino visible porque está preparado para emprender el Camino, sin sentirse afectado por los vaivenes y ciclos del destino".

Todos estaban intrigados acerca de aquel mágico anillo que había hechizado al Rey; ¿qué tendrá ese extraño aro que logra recordar a su majestad lo que tanto ha necesitado para superar los dolores y las alegrías de su reino?

El Rey levantado la mano y mostrándolo finalmente a los presentes, dijo: "Como veis, es un anillo aparentemente como todos, sin embargo en su interior figura una escondida inscripción que lo hace único y mágico".

"¿Cuál es?", preguntaron inquietos los presentes.

"Muy simple", dijo el Rey: "El anillo tiene grabadas tres palabras tan cargadas de significado que me permitirán recordar la Ley de la Impermanencia. Esta tres palabras son:"


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Gracias Amaya Ducay por compartir este cuento

Y llené mis manos de estrellas para iluminar mi universo